¿Acaso la adolescencia no es un
producto más del capitalismo, una
subdivisión del mercado? ¿No es la
fase evolutiva en la que se intenta
coartar legal, intelectual y
políticamente al individuo?
La sociedad venera la imagen juvenil como ideal estético, al tiempo que menosprecia las supuestas incapacidades de los adolescentes. Desde distintos ámbitos, se ha establecido el preconcepto (siempre científico) de que en el transcurso de esta etapa es inevitable la aparición de destellos de rebeldía que, poco a poco, desaparecen a medida se alcanza cierto grado de entendimiento, responsabilidad, madurez y decrepitud.
Tal lectura colectiva [¿teledirigida?] supone que la onda combativa responde a una de las tantas modalidades profesadas, mayoritariamente, por adolescentes. Pero que, a fin de cuentas, está destinada a desaparecer; como todo estadio pasajero, puesto que la meta última del Ser consiste en “aburguesarse”[1]. Es decir, en recuperar la cordura al mejor estilo quijotesco.
Entonces, por un lado, el hecho de asociar las actitudes rebeldes a la adolescencia y que ésta, a su vez, esté asociada a la desinteligencia y a la ligereza de pensamiento, otorgaría a cualquier actividad ligada a ella un rasgo “negativo” o de “inferioridad”. Por otro lado, (como se dijo al principio) la misma adolescencia, en relación con la rebeldía, podría poseer algún matiz idílico.
De esta forma, el sistema, acostumbrado a devorar toda protesta, hace lo propio con los rebeldes, quienes en su afán de diferenciación parecen caer en la trampa, llegando incluso al autoboicot: cuando su causa se ve empañada por un mercantilismo en el que muchos incautos se pierden, convirtiéndose en compradores compulsivos de referentes políticos estampados en remeras y demás adminículos de identificación o, peor aun, consumidores de lecturas disléxicas de discursos políticos. [2]
Ahora bien, sin tratar de hacer de este artículo un tratado de Sociología (o ante la imposibilidad de hacerlo), creyendo en la existencia de una necesidad hasta fisiológica de entablar este diálogo, se intentará desplegar la inquietud. Vale aclarar [para que oscurezca] que si se considera que “el mundo de las ideas esto y aquello” y que, por lo tanto, la falta de lógica es indiscutible, todo lo que pudiera alegase en las páginas siguientes resultaría vano, puesto que de no existir tautología posible entre realización humana e ideal, lo que, en cambio, sí existiría, y en demasía, sería sólo pura falacia Pero, al menos, debería quedarnos un margen para dudar con libertad, para murmurar que eppurse muove.
Podríamos comenzar recordando que el término medio que aseguraría la felicidad (según Aristóteles) estaría entre el exceso y el defecto, en ese lugar hipotético que cariñosamente denominamos virtud, justo junto al hipotálamo, supongo. De él podríamos decir que entendido como el dominio de las pasiones, siempre resultó invaluable, en tanto no se lo fundió [por etimología asociativa, a la que regularmente adherimos[3]] con la calidad de “mediocre”.
Ahí está la primera punta del ovillo. Se dice que la mediocridad suele ir superpuesta al hombre actual. Y si no deliramos con que todo tiempo pasado ya fue, deberíamos abarcar varios miles de años, pero desde una postura menos pesimista nos referiremos a la posmodernidad, debido a que es, según su receta, la “Era en la que el hombre puede ser más o menos todo”, sin que importe la existencia de espacios donde si uno se propusiera emplear ese método, el resultado que de por sí es relativo, quedaría, no librado al azar, sino, condenado al fracaso[4].
Pese a cualquier puesta en evidencia de su fatalidad, la formulilla se propaga como filosofía de vida en oposición al extremismo (?), y ésa es la tendencia que subyace en muchos grupejos juveniles autoproclamados rebeldes, que con exaltación desmedida vociferan en favor de una revolución social para la que no cuentan con condiciones mentales suficientes.
Este es el verdadero quid de la cuestión: al aludir a “insuficiencias mentales severas” es pertinente observar que ellas no implican inconvenientes de tipo cognoscitivo; sino que se intenta poner de relieve que la estructuración mental sobre la que se instala “su” idea revolucionaria resulta, en cierto sentido, contraproducente; puesto que estos sujetos, que -tal vez- han logrado erradicar de su léxico todo término peyorativo procedente del “campo dominante”, continúan arraigados inconscientemente a esa cultura.[5]
En otras palabras, todavía no se ha concretado el hombre nuevo que es requisito fundamental para el cambio. Lo han confundido con el hombre huevo, que es otra cosa. Pero no han podido, y es una lástima, revolucionar si quiera sus propias mentes[6], y así han permitido que la hipocresía hiciese nido en la revolución[7].
Esto parece ser patente -o patético- cuando se torna indispensable deslindar el significado que la palabra revolucionario connota, ya que se advierte que este significante ha sido resemantizado de forma poco común: en el plano social, ha sido transferido/desplazado de una acepción a otra. Entendiendo que, en cuanto actor del cambio, al vincularse con actitudes mediocres, el rebelde quedaría ligado al “asesinato ideológico” propio de la posmodernidad [ = cultura de la imagen + idolatrización + consumismo + etc.]; mientras que en la revolución como giro, se lograría la adecuación terminológica a la realidad construida a partir del accionar neorevolucionario o pseudorevolucionario; puesto que 360º de trayectoria implican retorno al estado inicial, si bien, la sensación de movimiento funcionaría como regulador de la desesperanza.
¿Cómo oponerse a este trastrocamiento en una palabra tan cara a nosotros[8], si los aspectos emotivos que merodean las palabras pueden redundar en desarrollos peyorativos del sentido connotado del término en cuestión?
En este caso, los prejuicios sociales[9] han deformado el significado, pues este último es el resultado de toda la experiencia que se ha tenido (lingüística o de otra clase). La dimensión connotativa es evaluativa, está relacionada con la realidad social, es configurada por la cultura y los sistemas sociales en que nos desenvolvemos.[10]
Ahora, yendo a la configuración del aspecto idílico de la rebeldía, resulta interesante recurrir primero a la lectura de “La utopía” de Galeano donde, el autor habla de cuál sería la utilidad de su visualización, haciendo la salvedad de que pareciera que el “horizonte” para los neorevolucionarios serviría sólo para eso, para ser admirado.
Esto abre un nuevo capítulo: la revolución como ideal estético y contemplativo, alejado de todo propósito político. Por lo que los revolucionarios, más conocidos como rebolú, toman al pie de la letra capital eso del arte político, para mutar en sujetos inertes: sensibles pero inoperantes, abrazando un concepto de arte que implica una clandestinidad vacía, que no entra en conflicto con la oficialidad.
Para ejemplificar la visión negativa que el “capitalismo” tiene del arte y los rebeldes podemos citar la revista Ñ nº 69 (p.26) donde figura el artículo “La novela del subcomandante” de James C. Mc. Kinley, traducida del New York Time. Esta nota podría leerse como una reseña bibliográfica más o ser tomada como lo que es: un insulto, una provocación.
Al mencionado reportero, no le basta con atacar la figura de Marcos sino que, además, arremete contra el arte y más específicamente contra la literatura: “¿Qué puede hacer para llamar la atención un dirigente rebelde al que le sobra un poco de tiempo? (...) Marcos (...) parece haber decidido que la respuesta es escribir una novela policial”. De este modo, presente la actividad artística como pasatiempo y la ubica en el espacio de ocio, del lado de la “improductividad”.
En cuanto al dirigente rebelde, lo acusa desde su torpeza: “A juzgar por el primer capítulo, Marcos quiere usar la ficción no sólo para recaudar fondos para caridad, tal como acordaron los dos autores, sino también con fines políticos” [11].
Más adelante dice Mc. Kinley de Marcos: “encabezó un levantamiento por los derechos de los indígenas”, justamente él “que no es indígena”; olvidándose de que la solidaridad ante la injusticia no tiene etnia ni patria.
Este periodista o crítico de arte da un paso más, asegura que Marcos es “el dirigente rebelde que consiguió que usar una máscara negra resultara sexy”; pero, conociendo de dónde proviene la opinión, no podemos afirmar que la adjudicación de tal frivolidad sea insulto o halago.
En fin, aunque suene utópico, es necesario sentenciar que con palabras bonitas se proyectan las fantasías del hombre, y son las acciones las que dan vitalidad a los sueños
[1] Por “aburguesarse”, léase: abandono de ideales o, básicamente, traición.
[2] Lecturas de malas lecturas del discurso de alguien ¿se entiende? A partir de las cuales sus palabras (comparables a las de Marx, pero a la décima impotencia) sugieren una suerte de PLAY- REW permanente.
[3] Regularmente adherimos pues es una “reacción” ante la arbitrariedad del signo.
La defensiva viene a razón de que los juegos de palabras son siempre generadores de “confusión aprovechable”, como es el caso de la propuesta a viva voz de una educación igualadora en lugar de una igualitaria
[4] He aquí el dilema de la especialización: ¿Cómo especializarse en algo sin delegar en otros los demás aspectos de la vida: política, etc.?
[5] De todos modos, es un buen indicio que reparen en la contradicción. Sin embargo, con el tiempo, ese “fingimiento” termina descascarándose.
[6] Parece prudente dejar constancia de que la revolución mental involucra un proceso, que requiere tiempo y que siempre que comenzó a brotar fue arrancada como la hierva que irrumpe en los cultivos, pero que siempre vuelve.
[7] ¿Quién dijo: “Un águila”? Por ej.: ellos (y hasta ellas) la mayoría de las veces piensan desde una perspectiva machista. ¿Es posible una sociedad igualitaria (sexualmente hablando, al menos) sobre las bases de una mentalidad patriarcal o matriarcal?
[8] ¿Habrá otra que supla su ausencia?
[9] Prejuicios prefabricados hábilmente, claro.
[10] El discurso capitalista ha configurado a la rebeldía de tal manera que logró neutralizarla y hasta ridiculizarla.
[11] El subrayado se limita a enfatizar la ridiculez del comentario… o, en otras palabras, “es nuestro”. Elemental, mi querido James: cualquier hombre consciente de su propósito va a desarrollar la actividad de escritura con objetivos claros y no por simple vanidad literaria.
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